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domingo, 1 de abril de 2012

MALVINAS: ¿DE QUÉ HABLAMOS CUÁNDO HABLAMOS DE SOBERANÍA?


La historia argentina cuenta con una amplia variedad de gobernantes, funcionarios, intelectuales y chupamedias de todo pelaje y color que hicieron de la sumisión a las potencias capitalistas un modo de vida. A pesar de tener que afrontar semejante competencia, la dictadura militar iniciada el 24 de marzo de 1976 se destacó en materia de sometimiento a los dictados del gran capital internacional, y sacó varios cuerpos de ventaja frente a sus competidores. Como botón de muestra, basta mencionar el descomunal crecimiento de la deuda externa del sector público, que se incrementó desde un piso de 5000 millones de dólares en 1975 a 31.500 millones de dólares (si se agrega la deuda externa privada, se pasó de una deuda de poco más de 8000 millones de dólares en 1975 a la cifra de 45.000 millones en 1983). (1) No es necesario explicar que el crecimiento de la deuda externa durante la dictadura militar fue la pieza fundamental en el sometimiento de la economía argentina a los dictados de los organismos financieros internacionales, y que contribuyó al proceso de reestructuración de la industria argentina, dirigido a destruir a las distintas formas de organización de la clase obrera y de los sectores populares. 

La represión, entendida como el secuestro, la tortura y el asesinato de los militantes obreros y populares fue la otra pieza clave del plan político llevado adelante por la dictadura militar, dirigido a consolidar la hegemonía del capital en la sociedad, puesta en cuestión desde el Cordobazo.

La dominación del capital supone la dictadura en el lugar de trabajo, esto es, el reconocimiento de que corresponde al capital tomar las decisiones centrales del proceso productivo (qué, cómo y cuánto producir), sin tomar en cuenta a los trabajadores. Esto choca con el predominio de la democracia en el ámbito político-jurídico, y obliga a la burguesía a desarrollar toda una amplia variedad de recursos para ocultar y/o embellecer su dictadura en el lugar de trabajo. La organización de los trabajadores genera ruido a esta dominación, y es vista siempre con una desconfianza latente, independientemente de que las organizaciones de trabajadores estén controladas, generalmente, por dirigentes reformistas que creen de buena fe que el capitalismo es la única forma racional de organizar el proceso productivo. 


En Argentina, la aparición del peronismo a mediados de la década de 1940, representó un dolor de cabeza para el capitalismo. No se trata, por supuesto, de que el peronismo impugnara la dominación del capital o proclamara abiertamente la lucha de clases. Pero la existencia del movimiento peronista estuvo asentada, hasta 1976, sobre una clase obrera fuerte, organizada en sindicatos centralizados y con gran poder de negociación. De este modo, el mismo carácter reformista del peronismo se convirtió en un obstáculo para la implementación de programas de reforma tendientes a fortalecer las ganancias del capital. Además, y sobre todo a partir de 1969, comenzaron a ganar influencia grupos de militantes obreros que se reconocían marxistas y que hacían de la lucha de clases el fundamento de su acción sindical. Demás está decir que la aparición de las organizaciones político militares a principios de la década de 1970 fue la frutilla del postre en el desafío a la hegemonía del capital. Como ocurre tantas otras veces en la historia, que se empeña en dejar de lado los lugares comunes y los esquemas preconcebidos, la clase dominante percibió (independientemente de que existiera o no la capacidad real de las organizaciones obreras y populares para quebrar la dominación del capital) que el suelo se movía bajo sus pies. De ahí que el conjunto de sus fracciones apoyaran el golpe de Estado de 1976. Los militares recibieron la tarea de hacer un escarmiento como nunca se había hecho en la historia argentina. Y los milicos cumplieron...


Todo lo anterior es necesario para poner en contexto la ocupación de Malvinas por la dictadura militar en abril de 1982. Malvinas es producto de la derrota más bestial y profunda de los trabajadores y los sectores populares de la Argentina en el siglo XX. La "gesta" de Malvinas fue llevada adelante por el gobierno más proimperialista y entreguista de la historia nacional (por lo menos hasta a aparición del inefable Carlos Saúl). Los militares que condujeron la guerra fueron los mismos secuestradores, torturadores y asesinos que se dedicaron a aplastar sistemáticamente a las organizaciones obreras y populares. Si esto puede ser calificado de "gesta nacional y popular", las palabras han dejado de tener sentido y da lo mismo cualquier cosa. 


Si la dictadura hubiera triunfado en Malvinas, el resultado hubiera sido desastroso para el pueblo argentino. Para comprobar esto no es preciso acudir a hipótesis rebuscadas, basta prestar atención a la política económica llevada adelante por la dictadura en el período 1976-1981. La ocupación de Malvinas fue pensada como un recurso extremo para salvar al gobierno militar, que estaba experimentando una seria crisis económica, y que debía afrontar una creciente movilización popular, cuyo botón de muestra fue el paro y movilización nacional del 30 de marzo de 1982.


Celebrar la "gesta patriótica" de 1982 es hacerle el caldo gordo a los nostálgicos de nuestro nacionalismo entreguista y a los defensores de la dictadura. Frente al 2 de abril, sólo cabe recordar respetuosamente a los muertos que cayeron víctimas de la aventura emprendida por nuestro militares. Aunque disguste a algunos, reivindicar el 2 de abril es reivindicar a la dictadura.


Ahora bien, la actual conmemoración del 2 de abril presenta un matiz diferente a las cuestiones examinados en los párrafos anteriores. El "kirchnerismo" ha propuesto, con mayor o menor énfasis, la reivindicación de la soberanía argentina sobre Malvinas como LA causa nacional capaz de unificar a todos los argentinos detrás del mismo objetivo. Nada de esto es novedoso, pero merece una pequeña explicación. Ante todo, un par de precisiones cuya comprobación no exige demasiado esfuerzo. En primer lugar, ni Argentina ni Gran Bretaña están cerca de una nueva guerra por Malvinas. De modo que es imposible recuperar las islas (y es bueno que sea así) por la vía militar. En segundo lugar, a Gran Bretaña los reclamos diplomáticos de Argentina, de la UNASUR, etc., ni le van ni le vienen. Para Gran Bretaña las islas siguen siendo una pieza estratégica, máxime si las aguas que rodean al archipiélago son ricas en petróleo. Es decir, los ingleses van a acceder a hablar de soberanía para las calendas griegas. Si esto es así, ¿por qué tanto énfasis en la causa Malvinas si los logros que es posible obtener en el corto y mediano plazo son extremadamente modestos?


La razón no está en la causa Malvinas, sino en los problemas que experimente el modo de acumulación de capital implementado desde 2003 como consecuencia de la modificación de las relaciones internacionales. Huelga decir que Cristina Fernández sabe que el tema Malvinas sólo puede resolverse en el largo plazo, y que no puede haber ningún cambio significativo en lo inmediato. Sin embargo, Malvinas ha sido promovido al rango de uno de los temas centrales de la política argentina. Tal vez sea posible explicar ese hecho recordando que la palabra soberanía no remite solamente a la autonomía más o menos relativa de un país, sino que también puede ser entendida como la capacidad que tienen las personas para decidir por sí mismos acerca de sus propias vidas. Si esto es así, podemos llegar a pensar que hablamos de la soberanía de Malvinas porque no podemos ser soberanos en nuestra existencia en tanto trabajadores y tenemos que "comernos" alegremente cualquier ajuste exigido por la lógica económica, sea ésta ortodoxa o heterodoxa. 

Más claro, podemos discutir Malvinas, pero no podemos decidir cómo viajamos en nuestros ferrocarriles, subtes y colectivos. A modo de ejemplo, cabe recordar que los "próceres" del Grupo Cirigliano siguen al frente de TBA, luego de la masacre de la estación Once acontecida hace poco más de un mes. El pueblo soberano carece de soberanía sobre lo cotidiano. Para no hablar de los temás "prohibidos", como decidir si corresponde que el capitalista sea el soberano en la fábrica. 


¿De qué hablamos cuándo hablamos de soberanía?


Buenos Aires, domingo 1 de abril de 2012

NOTAS: 

(1) Rapoport, Mario. (2008). Historia económica, política y social de la Argentina, 1880-2003. Buenos Aires: Emecé, p. 660.

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