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domingo, 15 de abril de 2012

EL PENSAMIENTO SOCIALISTA: EL MARXISMO. UNA INTRODUCCIÓN

El levantamiento obrero de junio de 1848 en París



I) Introducción:

El socialismo es tanto una corriente de pensamiento en el campo de la teoría social como un movimiento político cuyo objetivo es instaurar una forma de organización social basada en la propiedad colectiva de los medios de producción. En este sentido, se presenta como alternativa al capitalismo, sistema social erigido en torno a la propiedad privada de los medios de producción

Socialismo y capitalismo son, por lo tanto, dos formas antagónicas de organización social. En este trabajo se hará una breve presentación de los lineamientos fundamentales del pensamiento socialista, haciendo referencia tanto a la teoría socialista de la sociedad como al proyecto socialista de transformación social. Esta presentación, tal como se explica más adelante, está centrada en la corriente marxista del pensamiento socialista, de modo que no se encontrará aquí una exposición de las distintas variantes de dicho pensamiento. Tampoco, por cierto, se llevará adelante un desarrollo exhaustivo del pensamiento de Marx. Se trata, en cambio, de un esbozo de aspectos considerados centrales para la comprensión de la naturaleza y el contenido del pensamiento socialista. Debido a la relación que guarda dicho pensamiento con el capitalismo (el socialismo no puede entenderse sin hacer referencia a la aparición y desarrollo del capitalismo), se tocarán algunos aspectos de la teoría del capitalismo, con el objeto de facilitar la comprensión de los planteos socialistas. 

El presente texto tiene la siguiente estructura. En primer lugar, se esbozan las principales características del capitalismo. A continuación se hace una referencia a los orígenes del pensamiento socialista y se argumenta a favor de la centralidad de la obra de Marx en la constitución del socialismo, tanto a nivel teórico como en el plano político. Finalmente, se hace una breve presentación de los aspectos principales de la teoría socialista.

II. El capitalismo:

El capitalismo surgió a partir de la paulatina desintegración de la sociedad feudal, como consecuencia de la expansión de la producción mercantil y el desarrollo del trabajo asalariado. La transición del feudalismo al capitalismo es un proceso secular, cuyos orígenes pueden remontarse al siglo XI, y puede ser caracterizada como una transformación radical del proceso de trabajo. Sin entrar en detalles, cabe decir que los medios de producción pasaron a ser propiedad de una parte de la población (la clase capitalista o burguesía), en tanto que el resto de la sociedad quedó excluida de dicha propiedad (la clase trabajadora). A partir de su control sobre los medios de producción, los capitalistas estuvieron en condiciones de establecer el carácter y los objetivos del proceso productivo. El nuevo valor generado por los trabajadores en el proceso de trabajo (plusvalía) pasó a ser apropiado por la burguesía, que pudo utilizar esa plusvalía para expandir la producción, generando así más plusvalía y acrecentando con esto su dominio sobre el conjunto de la sociedad.

El  desarrollo del capitalismo puede dividirse en dos momentos: 

1) La denominada acumulación originaria, consistente en la expropiación (generalmente por vía de la violencia) de los trabajadores, que son despojados de los medios de producción, perdiendo de este modo el control sobre el proceso laboral. Un ejemplo clásico es el de los campesinos ingleses, que entre los siglos XV-XVIII fueron expulsados por la nobleza de las tierras que habitaban y cultivaban desde tiempos inmemoriales, debido a que los terratenientes optaron por emplear dichas tierras como campos de pastoreo para las ovejas, cuya lana era una mercancía altamente remunerada en el mercado. 

2) En segundo término, la acumulación originaria genera las condiciones y da paso a la reproducción ampliada del capital, es decir, un aumento de la escala de la producción a partir de la utilización en el proceso productivo de la plusvalía apropiada por los capitalistas. De esta manera, el crecimiento económico redunda en un fortalecimiento de la clase capitalista, debido a que dicho crecimiento implica la creación de una masa cada vez mayor de plusvalía. La reproducción ampliada, motivada por la lógica misma del capital, permite entender la tendencia del capitalismo a expandirse de manera incesante, tanto en términos geográficos (abarcando el conjunto del planeta) como en términos sociales (absorbiendo paulatinamente al conjunto de la vida social, incorporando cada vez más aspectos de la vida humana en el circuito mercantil). Sin embargo, si bien la plusvalía surge en el proceso laboral, sólo se realiza efectivamente cuando se vende la mercancía. Es por eso que los capitalistas se ven obligados a controlar toda la vida social, y no sólo las cuestiones ligadas a la producción. 

En el capitalismo los trabajadores experimentan una doble liberación. Por un lado, pasan a ser libres de toda forma de dependencia personal (esclavitud, servidumbre, etc.). Por otro lado, son “liberados” de toda forma de propiedad y/o control de los medios de producción. La falta de medios de producción propios deja a la clase obrera en una situación de desnudez social, pues se ve privada de proveerse a sí misma de lo que precisa para su existencia. Los trabajadores sólo poseen su fuerza de trabajo (el conocimiento y la habilidad para realizar determinada actividad). En una economía mercantil, en la cual los bienes y servicios son mercancías y deben ser comprados con dinero, al trabajador liberado de los medios de producción no le queda más remedio que convertirse en asalariado. Es su propia libertad la que obliga al trabajador a dar ese paso, sometiéndose al capitalista. 

El empresario, por su parte, necesita de los trabajadores, pues la principal cualidad de la fuerza de trabajo es su capacidad para crear nuevo valor. El capital no es una cosa (dinero, bienes, tierras, etc.), sino una relación social que se establece entre la clase capitalista y la clase trabajadora. El capitalismo se estructura en torno a la explotación de la fuerza de trabajo por la burguesía, y dicha explotación consiste en la apropiación de la plusvalía por la burguesía. La relación de explotación capitalista es posible gracias a la propiedad privada de los medios de producción.

La expansión del capitalismo generó una nueva forma de conflicto social, la lucha de clases entre capitalistas y trabajadores. El capitalismo dio origen a la concentración de los medios de producción, pero también tendió a concentrar a la clase trabajadora en las ciudades y en grandes fábricas. La concentración de los trabajadores en el mismo lugar físico, la posición subordinada que ocupaban en el proceso laboral, la semejanza de condiciones de vida y la explotación a que eran sometidos por los empresarios, constituyeron el caldo de cultivo para el desarrollo de la conciencia de clase de los trabajadores. 

III. Orígenes del socialismo:

El socialismo se originó en el contexto social expuesto en los párrafos precedentes. En un primer momento, las ideas socialistas coexistieron con los movimientos republicanos y democráticos que sostenían que la liberación de los seres humanos de las cadenas de la opresión pasaba por las reformas políticas (sobre todo, en el reemplazo de la monarquía por la república). Posteriormente, en un período comprendido entre la Revolución Francesa de 1789 y las Revoluciones de 1848, el socialismo se fue separando paulatinamente de quienes defendían el camino de la reforma política como la vía regia para lograr la emancipación humana. 

En la conformación de la identidad específica del socialismo jugó un papel fundamental la figura de Karl Marx (1818-1883). G. H. D. Cole, un autor no marxista, describe del siguiente modo el impacto de la obra de Marx sobre el socialismo: “Marx creó el socialismo característicamente alemán, que pronto habría de dominar la ideología de la mayor parte del continente, apartando de sí las formas anteriores de socialismo como el viento aparta la paja. No es que el marxismo llegase nunca a desterrar las doctrinas más antiguas: lo que hizo fue lanzar la mayor parte fuera del movimiento socialista, lo cual obligó a que éstas buscaran lugar en otra parte: en el cooperativismo, en las varias formas del anarquismo, incluso en el llamado «socialismo radical» (que sería mejor llamarlo  «radicalismo social») y en el llamado «socialismo cristiano» en el seno de la Iglesia católica. Los socialismos antiguos siguieron viviendo, incluso después que Marx había tomado prestada la designación de «utopismo» para aplicársela. Pero el marxismo los lanzó fuera del centro, tanto de la discusión, como de la organización.”[1]

Es claro que la elección del marxismo como eje exclusivo de esta descripción del pensamiento socialista es arbitraria. Hecha esta aclaración, en el resto del texto se dará cuenta de los motivos de dicha elección y se argumentará a favor de la pertinencia de la misma.

IV. Centralidad del marxismo en la conformación del pensamiento socialista:

Destacar el papel de Marx en la constitución del pensamiento socialista no significa afirmar que el marxismo deba ser considerado como la versión canónica del socialismo. El pensamiento socialista de los siglos XIX y XX excede largamente el ámbito del socialismo marxista. El mismo Marx confrontó a lo largo de su vida con numerosos intelectuales y dirigentes obreros y políticos que postulaban variantes de socialismo opuestas al marxismo. No obstante, y aun reconociendo la importancia de las distintas corrientes socialistas, existen dos buenas razones para concentrar la atención en el marxismo al momento de referirse al socialismo:

a) Marx dedicó su obra fundamental, El capital (cuyo Libro I se publicó en 1867) a estudiar el proceso de producción capitalista y a discutir la ideología que legitimaba a éste, esto es, la economía política. Su crítica al capitalismo no tiene un carácter moral, no hace foco en una doctrina de la justicia social. La explotación, definida en términos marxistas, no responde a causas morales (por ejemplo, al egoísmo de los empresarios). La explotación que padecen los trabajadores en el capitalismo obedece a la propia lógica del capital, que condiciona el comportamiento tanto de los empresarios como de los trabajadores. La explotación es, por lo tanto, un fenómeno objetivo, cuyo contenido es la apropiación por la burguesía del valor generado por la clase obrera en el proceso de trabajo. Lejos de tratarse de un fenómeno secundario, la explotación del trabajo por el capital es considerada como el núcleo en torno al cual se constituye la sociedad capitalista. De ese modo, el socialismo marxista se articula sobre una teoría social que destaca la centralidad del proceso de producción en la conformación de los rasgos característicos de la sociedad.

b) Marx desarrolló una acción política cuyo punto de partida fue el reconocimiento de la necesidad de lograr la organización autónoma de la clase trabajadora. Esto marcó una divisoria de aguas con los distintos grupos republicanos y demócratas de izquierda, quienes postulaban que la clase obrera tenía que subordinarse a la dirección política de la pequeña burguesía republicana. Pero Marx también sostuvo que la lucha política de los trabajadores tenía por objetivo el control del Estado, y que éste debía ser transformado para poder servir a la liberación de los trabajadores de la opresión capitalista. En este punto, el marxismo se diferenció de los anarquistas, quienes afirmaban que la Revolución Socialista consistía, ante todo, en la abolición del Estado (según ellos, la fuente de toda opresión). Pero esto también lo distinguió de los grupos socialistas (como los blanquistas) que sostenían que bastaba un golpe de mano exitoso para hacerse con el control del Estado y ponerlo al servicio de la transformación social. El socialismo marxista representó la formulación de un proyecto político propio de la clase trabajadora, y en este sentido constituyó la variante socialista más exitosa en la segunda mitad del siglo XIX.

En síntesis, el énfasis puesto en el análisis del socialismo marxista es una consecuencia de la peculiar unión de teoría y práctica realizada por Marx. Esta unión se verifica alrededor de dos cuestiones primordiales: a) la formulación de una teoría del capitalismo centrada en la relevancia del proceso de producción en la constitución de la estructura de la sociedad; b) el reconocimiento de que la clase obrera es el sujeto revolucionario en la sociedad capitalista y de que la lucha de clases es el motor del desarrollo histórico. Puede decirse, sin temor a equivocarse, que el marxismo representa el desafío más formidable que ha experimentado el capitalismo a lo largo de su historia.

V. La teoría socialista:

Establecida la pertinencia de un enfoque del socialismo centrado en el marxismo, corresponde indicar cuáles son los aportes centrales del pensamiento socialista, para de ese poder caracterizar adecuadamente a esa corriente política e intelectual. Conviene repetir que se trata de una exposición que de ningún modo pretender abarcar toda la gran complejidad del marxismo.

1 El papel del Estado en la dominación capitalista:

Ante todo, el socialismo tiene por objetivo fundamental la impugnación del capitalismo, tanto en el plano de la teoría como en el de la práctica. La clave para aprehender la naturaleza de esta impugnación pasa por comprender la importancia asignada al proceso de trabajo en la conformación de los rasgos definitorios de la sociedad. El proceso de producción es la llave maestra que emplea el marxismo para iniciar el estudio de la organización social. La producción es pensada no como una determinada combinación de elementos técnicos, sino como un proceso social y político, en el que, a partir de la conformación de alguna forma de propiedad, se construyen las bases para la distribución del poder en la sociedad.

La concepción marxista de la producción permite explicar los mecanismos de la dominación capitalista. Como ya ha sido señalado, la emergencia del capitalismo conlleva la liberación de los trabajadores de cualquier forma de dependencia personal. En las sociedades anteriores al capitalismo, la violencia (la coerción extraeconómica) era el principal instrumento utilizado por las clases dominantes para explotar a las clases subordinadas. Esto era una consecuencia del hecho de que, en dichas sociedades, las clases dominantes se encontraban por fuera del proceso productivo (por ejemplo, la nobleza tenía prohibido el ejercicio de la industria y el comercio en la Francia anterior a la Revolución de 1789). En el capitalismo, la burguesía está involucrada directamente en la producción a través de la propiedad de los medios con que esta se realiza. Como sus trabajadores son libres (en el capitalismo impera la igualdad jurídica entre empresarios y trabajadores), el capital no puede recurrir a la violencia directa para obligar a los obreros a trabajar, salvo en casos excepcionales, como cuando los trabajadores se niegan a seguir siendo asalariados y discuten políticamente la propiedad de los medios de producción. Sin embargo, la propiedad privada de estos medios coloca a los empresarios en una situación de neta superioridad sobre los trabajadores. Dado que los instrumentos de producción son indispensables para fabricar los bienes necesarios para garantizar la continuidad de la propia existencia, la desposesión de los mismos supone la impotencia radical de los individuos desposeídos. Es precisamente esta impotencia la que fuerza a los trabajadores a vender su fuerza de trabajo en el mercado a cambio de un salario. A esta forma de dominación, propia del capitalismo, puede designársela como coerción económica. Tiene la particularidad de presentarse como una dominación impersonal, en la que la suerte del trabajador parece obedecer a la naturaleza misma de las cosas y no a la organización social.

La dominación capitalista tiene su origen en la fábrica, y se basa en los efectos de la propiedad privada. Mientras que en el mercado los individuos son iguales en términos jurídicos, en el lugar de trabajo impera la dictadura del empresario, quien tiene la potestad de decidir, a partir de su propiedad privada de los medios para producir, qué, cómo y cuánto producir, sin consultar para nada a los trabajadores. Como la relación de dominación en la fábrica es el resultado de la “libre elección” del trabajador, no es percibida como dominación de clase, sino como el producto de decisiones individuales.

La separación entre el ámbito de la producción, en el que el capitalista y trabajador son esencialmente desiguales, y el ámbito de la circulación de mercancías (el mercado), donde las personas gozan de la igualdad entre sí desde el punto de vista del derecho, se expresa también a través de la escisión entre el ámbito de lo público y el de lo privado (entre el Estado y la sociedad burguesa). Mientras que, en tanto ciudadanos (esfera del Estado), las personas son libres e iguales y eligen a quiénes las van a representar en el ejercicio del gobierno, se ven privados, en tanto trabajadores, de toda posibilidad de tomar decisiones en el lugar en que pasan buena parte de su existencia (el trabajo). Esta asimetría entre ciudadano y trabajador cobra una importancia fundamental al momento de examinar el rol que juega el Estado en el capitalismo.

El Estado cumple dos funciones básicas:

a)    Por un lado, se presenta a sí mismo como el representante del interés general, en tanto es la expresión de la voluntad de los ciudadanos libres e iguales. Al hacer esto, oculta la dominación capitalista, pues la política aparece como el ámbito de la igualdad, en el sentido de que es el fruto de la libre decisión de los ciudadanos. Esto es posible porque el control de los medios de producción garantiza la dominación social de la burguesía sobre los trabajadores. Además, la presencia del Estado como la instancia en que se desarrolla la política tiene su contracara en la percepción del proceso de trabajo como un ámbito apolítico, como una instancia privada librada a las decisiones individuales. Al transformar al trabajo en una instancia libre de política, “desaparece” la explotación, pues las relaciones entre el capital y el trabajo se derivan del libre consentimiento de las partes que acuerdan el contrato laboral. El Estado cumple así la función ideológica de transformar el conflicto entre la burguesía y los trabajadores en una multiplicidad de disputas entre individuos particulares. Las clases sociales se “esfuman”, sólo quedan los individuos. De este modo, el Estado divide y fragmenta a la clase trabajadora y a los demás sectores populares, fortaleciendo la dominación de la clase capitalista.

b)    Por otro lado, el Estado está encargado de moderar los efectos de la competencia entre los capitalistas, asegurando así la reproducción del sistema en su conjunto. En una economía de mercado, no existe ningún mecanismo capaz de regular la competencia, pues no hay ningún mecanismo que establezca de antemano la magnitud de la oferta y de la demanda. Debido a esto, cada capitalista queda librado a sus propias fuerzas y se ve obligado a luchar contra los demás capitalistas (además de, por supuesto, enfrentar a la clase trabajadora), con el objetivo de mantenerse en el mercado maximizando sus ganancias. Esta situación genera un enorme riesgo para el sistema capitalista y puede llevar al colapso, por ejemplo, por la sobreexplotación a que son sometidos los trabajadores. De manera que el Estado tiene que pasar a comportarse como si se tratara de un capitalista colectivo, cuyo objetico primordial es la salvaguarda de los intereses generales de la clase capitalista. Es por esto que el Estado, aún aquél que sigue las pautas más neoliberales, se ve obligado a hacer frente a las obras de infraestructura, a mantener un sistema de salud y de educación, a ofrecer servicios de seguridad social, etc. Si el Estado no cumpliera estas funciones, correría riesgo la reproducción misma del capital.

En síntesis, el Estado lleva adelante dos tareas centrales para la conservación de la dominación del capital: dividir a los trabajadores, en tanto adversarios potenciales de dicha dominación, y unificar a la clase capitalista, asegurando que las luchas entre capitalistas no pongan en riesgo la estabilidad del sistema.

2 La teoría de la transformación social:

El socialismo sostiene que la superación de la organización capitalista de la sociedad sólo es posible si se elimina la propiedad privada de los medios de producción. Ya se han señalado las razones por las que los marxistas consideran que el proceso de producción es fundamental a la hora de establecer los rasgos característicos de toda sociedad. También se ha indicado que en la definición de la naturaleza de un modo específico de producción (por ejemplo, el feudalismo, el capitalismo, etc.) juega un papel central el tipo de propiedad de los medios de producción. De ahí que la puesta en marcha de un proceso de liberación de la clase trabajadora de la explotación capitalista requiere, ante todo, la eliminación de la propiedad privada de los instrumentos de trabajo. En rigor, esta es una divisoria de aguas entre el socialismo revolucionario y las corrientes socialistas que apuestan a la transformación de la sociedad mediante la concreción de reformas graduales.

Dado lo expuesto anteriormente, no es preciso dedicar mucho espacio a explicar la relevancia de la abolición de la propiedad privada. Basta decir que esta medida es imprescindible para erosionar la coerción económica a la que se encuentran sometidos los trabajadores. En el capitalismo, los trabajadores, despojados de los medios de producción, viven el trabajo como una enajenación de su actividad vital. El tiempo de trabajo es visto por el trabajador como un período en el que no se pertenece a sí mismo, como una actividad que, en la inmensa mayoría de los casos, genera fastidio y repulsión. Marx denominó alienación a este fenómeno, que es una consecuencia directa de la propiedad privada de los medios de producción. Asimismo, la extensión de la división del trabajo en el capitalismo (el hecho de que la actividad realizada por cada individuo sea cada vez más unilateral, en el sentido estar limitada a la realización de alguna de las tantas tareas que son precisas para producir un bien o servicio), refuerza la imposibilidad que posee el individuo para decidir sobre su propio destino. A contramano de la exaltación del individuo en los medios de comunicación, la existencia de las personas se halla vacía de sentido, al mismo tiempo que la posición que ocupan en el proceso laboral los reduce a una impotencia radical para decidir sobre su propio destino. La abolición de la propiedad privada opera, entonces, como una especie de llave maestra para permitir el desarrollo de la autonomía de los individuos.

La supresión de la propiedad privada es concebida como el paso inicial hacia la eliminación de las distintas formas de explotación del hombre por el hombre. Es por ello que se trata de un punto de partida y no de la solución definitiva de todos los problemas de la humanidad. A diferencia de los pensadores conocidos genéricamente como socialistas utópicos (Saint-Simon, Fourier, Owen, etc.), Marx dejó muy pocas indicaciones acerca de los rasgos concretos de la sociedad que reemplazaría al capitalismo. En vez de proyectar la futura sociedad, la preocupación del socialismo marxista fue construir organizaciones políticas de los trabajadores que pudieran disputarle el poder político a la clase capitalista. En este sentido, y a pesar de la importancia concedida a la abolición de la propiedad privada, el primer paso concreto hacia la emancipación de los trabajadores es la organización independiente de éstos (independiente respecto a la política promovida por la burguesía). La frase “la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos” sintetiza la concepción marxista de la organización política de los trabajadores.

El énfasis puesto en la conformación de organizaciones políticas de los trabajadores (plasmado en la aparición de los partidos socialistas en los países de complementado con un aporte sustancial de Marx a la teoría del Estado.

3. La Revolución Socialista y la transformación del Estado:

La experiencia de la Comuna de Paris (1871) mostró que los trabajadores no podían limitarse a conquistar el Estado y utilizarlo para sus propios fines. En tanto expresión concentrada de los intereses generales de la clase dominante, el Estado está formateado a imagen y semejanza del capital. Todo su funcionamiento responde a una lógica que tiende a disolver a la lucha de clases en conflictos individuales entre el empresario a y el trabajador b. Empresarios y trabajadores son igualados en tanto ciudadanos. “Desaparecidas” las clases, el Estado se encarga de mediar entre los intereses “individuales” en conflicto. 

Dado lo anterior, la clase obrera, al conquistar el poder, se ve obligada a modificar drásticamente la mencionada lógica de funcionamiento del aparato estatal. El interés de Marx por la Comuna proviene del hecho de que los revolucionarios franceses tomaron una serie de medidas dirigidas a conseguir que suprimir la división entre las instituciones del Estado y los sectores populares. Dicho de otro modo, concentraron su acción en la eliminación de la burocracia, estableciendo el carácter electivo, con mandato y revocable, de todos los cargos; además, igualaron el salario de los funcionarios elegidos por este procedimiento con el de los trabajadores. La Revolución Socialista, implica no solamente la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, sino también la puesta en práctica de una transformación radical de la lógica y de la estructura del Estado.

El socialismo marxista coincide con el anarquismo en la caracterización del Estado como una herramienta al servicio de la clase dominante. Pero, a diferencia de los anarquistas, plantea que el Estado no puede ser abolido de inmediato por la Revolución triunfante. Existen al menos dos razones primordiales esgrimidas por los marxistas para justificar su posición en la cuestión del Estado posrevolucionario. La primera de ellas consiste en que el nuevo Estado tiene que enfrentar la oposición de las ex clases dominantes, que se resisten por todos los medios a su alcance a ceder su posición privilegiada en la sociedad. Este punto es importante, pues permite comprender a que se refiere Marx cuando habla de dictadura de proletariado. El Estado revolucionario tiene que ser un Estado plenamente democrático en lo que hace a los trabajadores y demás sectores populares. Pero, a la vez, dicho Estado debe ejercer la dictadura sobre la burguesía que, si bien ha perdido la hegemonía en la sociedad, aún conserva una enorme influencia social, suficiente para poner en aprietos al nuevo Estado.
La segunda razón a favor del mantenimiento de un Estado luego de la Revolución es la siguiente. La transformación social exige la transformación de los individuos mismos y no sólo la modificación de las condiciones materiales. Es por eso que el Estado revolucionario, debe encargarse de planificar la modificación de las condiciones materiales, pero también debe hacer frente a la tarea de modificar los hábitos culturales heredados del capitalismo. En este sentido, resulta primordial avanzar en la eliminación de la distinción entre trabajo manual y trabajo intelectual, pues esta diferenciación sirvió en todas las épocas para justificar la explotación de las clases subordinadas, amparándose en la supuesta inferioridad intelectual de éstas. En la superación de la mencionada distinción cumple un papel central la cuestión de la profundización de la democracia.

4 Socialismo y democracia:

Respecto a la cuestión de la democracia, hay que señalar que el marxismo considera que la profundización de la misma resulta imprescindible para la construcción de las relaciones sociales que reemplazarán al capitalismo. La argumentación se articula con la concepción marxista del papel del individuo en la transformación social. Como ya se ha indicado, Marx pensaba que era necesario suprimir la escisión entre trabajo manual y trabajo intelectual, debido a que establecía una relación de subordinación del primero frente al segundo. El socialismo requiere, para su plena concreción, que todas las personas puedan decidir sobre su propio destino. En un sentido fuerte, cabe afirmar que el socialismo en general, y el socialismo marxista en particular, tiene como rasgo distintivo la defensa de la tesis de que la efectiva liberación de los individuos, la realización de su plena autonomía, es inseparable de la puesta en práctica de todas una serie de condiciones materiales (entre ellas, la principal es la abolición de la propiedad privada). A diferencia de quienes sostenían que bastaba la transformación política para lograr la liberación, Marx defendió toda su vida la necesidad de combinar las modificaciones en el núcleo de la dominación capitalista (las relaciones al interior del lugar de trabajo), mediante la supresión de la propiedad privada, con la implementación de una transformación radical de la estructura estatal. En el límite, el proyecto del socialismo marxista se propone la eliminación del Estado en tanto instrumento de dominación. Para lograr esto es central la profundización de la democracia.

Ahora bien, la persistencia de la división trabajo manual-trabajo intelectual conspira contra el logro de la autonomía de las personas, pues promueve la instauración de una jerarquía basada en la desigualdad de poder. La democracia, al garantizar la participación activa de las personas en el gobierno de la comunidad, tiende a disolver dicha división. En este punto se comprende que la abolición de la propiedad privada y el desarrollo de una democracia plena son cuestiones inseparables. La supresión de la propiedad privada de los medios de producción (y la instauración de nuevas relaciones de producción) genera las condiciones para liberar a los individuos de la subordinación a que están condenados en el capitalismo. Pero sólo la profundización de la democracia (entendida, por cierto, como una democracia que no está combinada al ámbito de la ciudadanía sino como una democracia que se extiende al conjunto de la vida social) permite avanzar en el logro de la efectiva autonomía de las personas.

5. Propiedad colectiva de los medios de producción:

El socialismo marxista sostiene que sólo mediante la abolición de la propiedad privada se dará un paso decisivo hacia la eliminación de la explotación del hombre por el hombre. Esto no debe llevar a pensar, como suele ocurrir, que el marxismo propone reemplazar la propiedad privada por la propiedad estatal. Hay que insistir, una vez más en que, más allá de que Marx criticó la tesis anarquista de que el Estado podía ser abolido inmediatamente por la Revolución, compartía con el anarquismo la convicción de que el Estado era un instrumento de dominación. De modo que propone la propiedad estatal como forma de superación de la propiedad privada no se condice con el contenido emancipatorio del socialismo. Es por ello que Marx sostiene que la propiedad privada debe ser reemplazada por la propiedad colectiva o comunitaria. Dejar la cuestión en manos del Estado supondría renunciar al desarrollo de la autonomía de los trabajadores. 

La propiedad colectiva de los medios de producción expresa, según Marx, la autoorganización de los trabajadores y constituye la respuesta concreta al problema de cómo construir las condiciones para la realización efectiva de la emancipación de los seres humanos de las relaciones sociales basadas en la explotación. Marx concibe a esta forma de organización como “una asociación de hombres libres que trabajen con medios de producción colectivos [empleando], conscientemente, sus muchas fuerzas de trabajo individuales como una fuerza de trabajo social.” (Marx, El capital)[2].

VI. Bibliografía:

La bibliografía sobre el socialismo, aún la limitada al marxismo, es prácticamente inabarcable debido a su extensión. Así que se ha optado por indicar algunos títulos fundamentales en función de los temas tratados en este texto.

Para la cuestión del capitalismo, El capital de Karl Marx sigue siendo, y no hace falta decirlo, una obra insustituible. Es conveniente animarse a leer directamente el texto, sin recurrir a resúmenes o exposiciones de segunda mano. El Libro Primero es el único de los Libros de El capital que fue preparado por Marx para la publicación. Es por ello que su lectura resulta ineludible para todo aquél que quiera conocer en profundidad el pensamiento de Marx. Existe una buena traducción española, editada por Siglo XXI.

Una exposición sucinta de los lineamientos principales del marxismo se encuentra en El manifiesto comunista (1848), redactado por Marx y Friedrich Engels. Para una profundización de esta temático conviene consultar, además de El capital, la obra La ideología alemana, escrita por Marx en colaboración con Engels y publicada por primera vez en 1932.
La relación entre el marxismo y las corrientes anteriores del pensamiento socialista es tratada por Engels en su escrito Del socialismo utópico al socialismo científico (1880). Para quien desee profundizar en las distintas corrientes del pensamiento socialista, resulta imprescindible la lectura de la obra de Cole, Historia del pensamiento socialista (México D. F.: Fondo de Cultura Económica), haciendo la salvedad de que se trata de un trabajo extenso, que abarca varios volúmenes. Finalmente, un panorama general del contexto histórico en que surgió el socialismo se encuentra en la obra de Eric Hobsbawm, La era de la revolución (Barcelona: Crítica).

La teoría marxista del Estado se encuentra presente en gran número de escritos de Marx. Sin embargo, quien esté interesado en profundizar en la misma no puede dejar de leer el artículo “Sobre la cuestión judía” (1844) y La guerra civil en Francia (1871). En este último texto, Marx desarrolla, a partir de la experiencia de la Comuna de Paris, su teoría del Estado revolucionario. Además, para tener una idea precisa de la forma en que Marx trabaja la relación entre las clases sociales, el Estado y la política, no hay nada mejor que leer El 18 brumario de Luis Bonaparte (1852), obra clásica que permite comprender cuán lejos se encuentra Marx del reduccionismo económico.


[1] Cole, G. H. D. (1980). Historia del pensamiento socialista: I. Los precursores, 1789-1850. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. (pág. 223).
[2] Marx, Karl. (1996). El capital. México D. F.: Siglo XXI, tomo I, pág. 96

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